miércoles, 14 de diciembre de 2011

CANTOS A LA VIRGEN, CANTOS A DANIEL




“No tengo nada, sólo la ayuda del Presidente y la comidita que nos da: arroz, frijolito, aceite. A veces es poquito, a veces es bastante; pero tenemos asegurado arroz, frijoles, aceite y azúcar, nos sentimos agradecidos nosotros los pobres”
María Dolores Alemán 50 años
Habitante de casas construidas por el gobierno de Daniel Ortega
para afectados por el Nemagón Abril 2011

En #Nicaragua un par de láminas de zinc ponen al #Comandante y a la #Compañera al mismo nivel que Dios ante los ojos de algunos ciudadanos.
@ThreeLittleBs Diciembre 2011
La conquista y colonia en América central y en Nicaragua trajo, además de enfermedades y etnocidio, la implantación de una serie de nuevos valores y tradiciones, entre ellas la celebración de “La Purísima”
En Nicaragua, Las Purísimas fueron iniciadas y desarrolladas por la orden de los misioneros Frailes Franciscanos desde el siglo XVII, con las romerías en El Viejo y Las Purísimas propiamente dichas en el siglo XVIII.
 “La Purísima” es un festejo por la “purísima concepción de la Virgen María”, cuyo día es el 8 de Diciembre según el calendario católico. La Purísima es una tradición celebrada en todo el país por familias e instituciones a finales de Noviembre y durante casi todo Diciembre y parte de Enero.
Ésta tradición está relacionada a la llamada devoción o por agradecimiento a milagros que las personas atribuyen a la Virgen María. Las familias, o algunos de sus miembros, llevan a cabo un “novenario” de rezos a la virgen, es decir, rezos durante nueve días continuos.
El  7 de diciembre, se celebra “La gritería” en la que grupos de personas en diversas ciudades del país recorren la calles y visitan diferentes altares en honor a la Virgen María, la mayoría improvisados en casas particulares, realizando rezos, cánticos y quemando pólvora, cantando ante los altares y recibiendo el brindis (caña de azúcar, limones, naranjas, cajetas, juguetes, vasos, huevos chimbos, nacatamales, arroz, etcétera)
Existe un lado bonito y fervoroso de ver “La gritería”: normalmente sería el lado de los devotos que ahorran todo el año para mantener la tradición familiar, comprar los insumos para el altar y los regalos que darán como brindis. Pero, hay también un lado algo más oscuro y perturbador.
Más allá de los primorosos arreglos florales, vírgenes de yeso y cánticos religiosos, existen tumultos de personas que se movilizan rápido con sacos en la noche, familias enteras de clase humilde que se apuran a visitar la mayor cantidad de altares que les sea posible para obtener regalos que valgan la pena, de ser posible la cena de ese día, enseres para sus paupérrimos hogares, tal vez juguetes para jugar o para vender. “La gritería” junta por una noche a la clase media, la clase obrera y los desclasados, pero no todos con las mismas intenciones.
“Vamos ahí que dan buenas cosas” “solo vergas me dieron” “anda volvé a pedir que te den otra vez chavalo hijueputa” “señora a mí no me han dado nada” “déme a mi, a mí!” “No jodas yo no he llenado nada el saco” Frases así abundan esa noche. Sin ánimos de herir sensibilidades nos parece interesante analizar este comportamiento. Partamos del hecho de que la tradición religiosa más extendida y representativa del país tiene dos caras: la de los devotos que dan un brindis como ofrenda a favores recibidos o por mero fervor y la de una parte (¿una gran parte?) de los visitantes de los altares que están al acecho de la oportunidad que se presenta de “agarrar algo”
Asumamos por un momento que estos grupos efectivamente son devotos de la virgen María (aunque bastante improbable tomando en cuenta el avance de la fe protestante sobre todo entre las clases más populares) a pesar de ello es difícil entender los empujones, los gritos, insultos, quejas de mal brindis y hasta pleitos como signos de un fervor religioso. Es más probable que la necesidad mueva a estas personas a escenificar rituales religiosos que de otra manera no tendrían mayor sentido o relevancia para ellos. ¿Esta actitud puede ser extrapolada a otros ámbitos de nuestra realidad social?
Imaginemos ahora que en vez de una noche de altares a la virgen tuviéramos un día de altares a políticos, que en vez de cantos sacros tuviéramos vítores y canciones proselitistas y en vez de  brindis tuviéramos gallinas, vacas, láminas de zinc, terrenos, casas y hasta puestos de trabajo. ¿Llegaría la gente a “cantar”?
Si.  Ese día fue el 6 de Noviembre del 2011.
Nuestra tesis es sencilla: Nicaragua vive desde hace cinco años una gritería política perenne: en vez de imágenes de la virgen tenemos una ciudad saturada de gigantografía de Daniel Ortega y contamos con altares simbólicos en las rotondas con árboles de navidad eterna (o lo que es lo mismo decir una eterna promesa de regalos) La expresión máxima de la gritería política fueron las elecciones de presidente y diputados en Noviembre de este año; el aumento de votos del partido de gobierno (tomando como referencia la intención de voto progresiva de las últimas encuestas y no los resultados inflados del fraude) es mas la cosecha directa de las políticas asistencialistas populistas que ganaron cada vez más “fervorosos votantes” que resultado de una conversión ideológica.
La gritería política es parte de la estrategia del socialismo del siglo XXI que construye su base social que lo legitimiza a través de una tradición tan antigua como “La Purísima”: el clientelismo.
Rosario Espinal del Instituto Interamericano de Derechos Humanos define el clientelismo  como "una relación diádica de carácter instrumental en la que una persona de estatus socio-económico más alto (el patrón) usa su influencia y recursos para ofrecer protección y beneficios a la persona de estatus más bajo (cliente), quien a su vez retribuye al patrón ofreciendo apoyo, asistencia y servicios personales"
Kaufman (1974) define la relación patrón-cliente como un tipo especial de intercambio mutuo con las siguientes características: a) la relación ocurre entre actores que tienen poder y estatus desigual; b) la relación se basa en el principio de la reciprocidad; es decir, una forma de intercambio personal cuya estabilidad depende de los resultados que cada actor espera obtener mediante la entrega de bienes y servicios al otro, lo cual termina cuando las expectativas dejan de materializarse; y c) la relación es particularista y privada, ligada sólo de manera difusa a la ley pública.
Según Clapham (Private Patronage and Public Power: Political Clientelism in the Modern State. New York, St. Martin’s Press, 1982) existen cuatro condiciones que parecen favorecer el surgimiento de relaciones clientelistas.
La primera es que recursos necesarios o deseados son controlados por un grupo particular mientras muchos otros son excluidos. La segunda que los patronos deben desear o necesitar los servicios que pueden ofrecer los clientes para tener un incentivo de ofrecer los recursos deseados por los clientes. Es importante que los patronos necesiten los clientes para competir con otros patronos en la acumulación de recursos. La tercera es que los clientes como grupo deben estar incapacitados (por represión u otros motivos) para obtener recursos mediante una acción colectiva. La cuarta es la ausencia de una ética de distribución pública basada en criterios universalistas y no en consideraciones particularistas y personales.
Eisenstadt y Roniger (1984) plantean en el caso de América Latina, que las relaciones clientelistas fueron el resultado de dos procesos. Por un lado, la conquista y el dominio colonial que gestó una sociedad basada en una relación de poder fuerte entre los distintos estratos sociales y una preocupación por el orden jerárquico, el prestigio y el honor. Por otro, el debilitamiento de las instituciones centrales de control y la focalización de las relaciones de poder. Las relaciones clientelistas aparecieron en varias esferas de la sociedad. Primero en las haciendas donde se encontraban los terratenientes con poder económico y político y los trabajadores que obtenían acceso a la tierra y otros medios de subsistencia y seguridad a cambio de un trabajo leal. Después, a partir de mediados del siglo XIX, con el surgimiento de estados-nacionales y el desarrollo del parlamentarismo basado en la expansión electoral se promovió el desarrollo de relaciones clientelistas dentro de las nuevas estructuras políticas tales como los partidos políticos y la burocracia estatal. El voto se convirtió en el referente de relación leal.
En América Latina, tanto regímenes autoritarios como democráticos han hecho uso del clientelismo para establecer, expandir y/o mantener su base social de apoyo. La existencia de Estados propietarios de empresas facilitó la expansión del clientelismo a través de empleos públicos, unido a esto a una burocracia estatal de bajo entrenamiento y sueldos. El clientelismo también ha sido estimulado en los países latinoamericanos por la corrupción administrativa y el bajo nivel de institucionalización del Estado.
En Nicaragua en los gobiernos de derecha, ahora llamados neoliberales, no hubo gritería  política, los cantos fueron privados, en vez de novenas se celebraron quinquenios de rezos a lo interno de la casa de partido, ministerios y sede de gobierno con brindis que salían directamente de los fondos públicos. La clientela se construyó a niveles más cerrados, como círculos estrechos que rodeaban al poder detentado por un presidente, cuya figura más emblemática después de los Somoza ha sido y sigue siendo Arnoldo Alemán Lacayo. Tan fuertes han sido estos lazos de clientela política que a pesar de haber obtenido menos del 6% de los votos en las elecciones nacionales (probablemente con fraude o sin él habrían obtenido lo mismo) Alemán se sostiene aún a lo interno del partido y a sus detractores les ha costado desembarrarse de él.
La tragedia de estas prácticas políticas tradicionales es que revelan la cruda realidad de que en Nicaragua no se construyen instituciones sino caudillismo. En vez de instituciones se cuenta con caudillos alrededor de las cuales se organizan formas de funcionamiento clandestinas con clientelas de funcionarios que deben sus puestos al caudillo y le retribuyen con obediencia ciega y un culto pseudoreligioso.
En la gritería política del socialismo del siglo XXI el brindis lo pone Hugo Chávez a través de la figura de los préstamos del ALBA que provienen del erario público del Estado venezolano. Estos fondos permitieron maximizar la clientela en los sectores populares, llegar más allá de las clientelas fomentadas por los gobiernos neoliberales, que no contaron con tal magnitud de recursos discrecionales.
En Nicaragua al final unos cantan a la virgen y otros cantan a Daniel, pero todos quieren “la gorra”, el brindis y están dispuestos a empujar y golpear a los que se opongan, a los que provoque que se cierre el altar, que cambien la figura a la que se canta. 
En Nicaragua los caudillos han construido clientelismo desde la época de la colonia, el socialismo del siglo XXI y la pareja Ortega-Murillo no ha hecho más que aprovechar esta tradición inveterada convirtiéndola en la principal columna en la que edificar una  dictadura institucional nepótica populista.
Respondiendo la cita de @ThreeLittleBs al inicio de esta nota; el comandante y la compañera no son Dios, son mejores que Dios ante algunos ciudadanos: ellos tienen más imágenes que Dios, ellos le hablan a la gente desde su creciente monopolio mediático y ellos regalan bienes materiales en esta vida terrenal pidiendo a cambio solo amar a Daniel.
Cerramos pues este año con la gritería política continuada con aguinaldos adelantados y altares y nacimientos llenando la ciudad y un bajo perfil de la pareja presidencial, todo para convidar al olvido del fraude, mientras se prepara el camino para el fraude de las elecciones municipales con partidos espurios que lo legitimen, y más adelante, asegurando la millonaria inversión de Hugo Chávez, una constituyente que legitime la continuidad del gobierno de Ortega.
¿Nuestra esperanza? ¿Que se terminen los fondos aparentemente inagotables del ALBA para que se acabe del brindis y por ende la gritería política? No, eso no implicaría un cambio de cultura política, pronto surgirían otros altares con otros fondos, ya fuera privados o públicos. La verdadera esperanza es que los que no estamos pensando en andar gritando por cargos o regalos construyamos una Nicaragua de todos y todas para todos y todas, en la que los fondos del Estado no sean una moneda de canje entre patrones y clientes, donde tengamos instituciones en vez de caudillos.
El reto es nuestro, el futuro también.
Equipo Política Mente Incorrecto
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