Por Luis Campos Pérez*
En los últimos años estudios
realizados sobre la cultura política juvenil en Nicaragua señalan que se está
produciendo una movilización hacia un individualismo radical, marcado por
tendencias hedonistas, utilitaristas y materialistas. Sin embargo, una revisión
más recóndita de ese proceso refleja que existe un quiebre ideológico,
identitario y valorativo entre la juventud y las generaciones más adultas –las
cuales personifican y lideran el actual orden político y la hegemonía moral, y
a la cual me referiré como la generación de las ideologías-. Como
antecedente, la generación de las ideologías fue marcada por las experiencias
vitales de casi dos décadas de conflicto armado en pleno cenit de la guerra
fría, y en el cual se expresó la pugna ideológico-emocional de bandos
contrapuestos (sandinistas vs. somocistas, liberales-conservadores vs. sandinistas,
reaccionarios vs. revolucionarios, etc.). Las juventudes de los años setenta y
ochenta interiorizaron profundamente los esquemas ideológicos, sociales y
económicos en conflicto, los cuales alcanzaron un nivel de fijación profunda
por la carga emocional que conllevó el conflicto armado.
La juventud contemporánea conforma
la tercera generación de cultura política desde entonces y la primera que nació
dentro del período democrático constitucional. De este modo, existe en la
actualidad un conflicto intergeneracional silencioso entre la generación de las
ideologías y la juventud contemporánea, que de manera más o menos difusa está
produciendo nuevos idearios políticos, que si bien no son tan antagónicos como
los comprendidos en el conflicto bipolar de la guerra fría, sí presenta
oportunidades para generar nuevas formas de “hacer ideología” desde la
juventud. Aunque es previsible que esto, al menos inicialmente, ocurra dentro
del esquema hegemónico capitalista contemporáneo. Es decir, que no cuestionaría
las premisas consideradas como extensivamente preferibles dentro del orden
internacional –como la libertad de mercado, el individualismo utilitario, la
lógica de la acumulación y la supervivencia entre extremos socioeconómicos y la
democracia liberal- pero sometería a escrutinio ideas altamente movilizadoras
como la dignidad humana desde una perspectiva ética y moral estrictamente
materialista.
Sin embargo, el orden político
existente en Nicaragua intenta preservar la estabilidad del sistema al
reproducir sus valores y creencias sobre las nuevas generaciones. Y es en esa
relación vertical en la que se producen actitudes, que en realidad son
marginales, como la profunda desconfianza en el sistema político y las
autoridades, el desinterés en la política entendida como la discusión de lo
público por parte de las élites y el deseo -desincentivado por la práctica
política existente- de participar en el mejoramiento de la sociedad en general.
Lo que yace en el centro del ideario
político juvenil contemporáneo en Nicaragua es una conexión
invisible que vincula a toda la juventud consigo misma. Esta refleja la
reconfiguración intergeneracional de valores, creencias, intereses y
aspiraciones sobre la política. Sin embargo, esa conexión invisible convive con
el orden político y la moral hegemónica de la generación de las ideologías, la
cual tiende a constreñir a la juventud con valores como el anti individualismo,
la lealtad política patrimonialista y el mesianismo político partidario. La
conexión invisible contiene dentro de sí el potencial para la generación amplia
de consensos estructurales, sociales y políticos. De este modo, la juventud
contemporánea presenta condiciones verdaderamente favorables para el
reconocimiento asertivo del consenso latente más allá de consideraciones
afectivas o ideológicas. Sin embargo, la configuración dominante del orden
político actual en Nicaragua trata de preservar el comportamiento y
expectativas políticas juveniles dentro de cierto espectro no
institucionalizado considerado como aceptable. Es decir, los jóvenes encuentran
su ámbito de acción, condicionado por los valores políticos dominantes en el
actual orden político.
La clave para la transformación
radica en la asertividad política de la juventud. Es decir, que en la medida en
que los y las jóvenes desentrañen sus propias percepciones y aspiraciones
políticas en esa misma medida se podrá dar el salto hacia el desarrollo
político. Sin embargo, ese proceso requiere cuestionar esquemas aparentemente
aceptados como normales. Por ejemplo, el cuestionamiento de la propia
democracia. Que para que tenga sentido requiere que la juventud construya
sentido propio de ella.
Las nuevas formas ideológicas de la
juventud nicaragüense se basan en una tendencia a evaluar empíricamente el
desempeño del sistema político, en general, y del Estado, en particular. Esto
significa que la simpatía por uno u otro partido político está dejando de ser
un factor identitario casi hereditario o emocionalmente orientado para
convertirse en una contingencia que observa empíricamente el desempeño de
políticas públicas específicas. De igual manera, la preferencia partidaria se
encontrará asociada directamente a un cálculo de los beneficios concretos y por
lo general materiales que pueden devenir de tal preferencia.
Ciertamente, estas nuevas formas
ideológicas contienen aspectos positivos y negativos, por lo que es de vital
importancia el involucramiento de toda la comunidad política para la conducción
creativa del futuro de Nicaragua. Con intervención o sin ella el resultado
podrá apreciarse tanto en la dimensión formal del orden político, como en la
dimensión real del mismo, al cabo de los próximos treinta o cuarenta años. De
este modo, dentro del espectro de procesos futuros podríamos estar frente a una
sociedad más atomizada, individualista, insolidaria y sin una visión clara de
nación, o podríamos moldear el desarrollo político a través de la
identificación de los intereses y aspiraciones reales de la juventud y
construir sobre esa base un consenso social y político amplio con la inducción
de valores democratizantes y solidarios. La clave se encuentra en manos de la
juventud en tanto que principales actores del desarrollo político, y de la
sociedad civil y demás instituciones políticas como impulsores del proceso.
Así, la gestación actual del ideario
político juvenil en Nicaragua, y su superficial escepticismo social y político,
no debe ser vista con pesimismo sino como lo que en realidad es, una importante
oportunidad para saltar hacia una sociedad política más efectiva y con una
democracia más integradora, con un consenso social amplio acerca de los
intereses y aspiraciones comunes para el presente y el futuro de la nación.
*Este artículo comprende
algunos aspectos que forman parte del libro que se publicará en 2013,
titulado: El Consenso Latente: Cultura Política Juvenil Contemporánea y
Cambio del Orden Político en Nicaragua.