sábado, 14 de julio de 2012

UN 33 ANIVERSARIO SIN FESTEJO




Hablo desde la generación que nació posterior al triunfo de la revolución, por lo tanto mi voz proviene de esa multiplicación de voces que creció con los cuentos maravillosos de liberación y de la construcción de una nación distinta, del pueblo unido jamás será vencido, de que transformar es  perdonar sin olvidar; una nación que se construyó en medio de la guerra pensando en un futuro por la paz,  en medio de las torturas pero también en la justicia para los torturadores; un país en donde a pesar de la debacle económica, se creía en la equidad y en el compartir lo poco que se tenía. Desde ahí me ubico, desde ahí parte mi visión sobre la historia y la crítica que tengo con esta, con la traición y el heroísmo.

33 años de revolución dicen hoy las camisetas que cargan los jóvenes de la Juventud Sandinista en alusión al triunfo, pero más que al triunfo, a su celebración  ¿Qué significan esos 33 años? ¿Dónde ubico aquellos sueños después de las desventuras revolucionarias? El retorno histórico aparenta ser inminente, ya no con Somoza y sus métodos de tortura, sino con el hijo del Somozato, su mejor alumno, un monstro vencido por la corrupción y sobreviviente de la misma; capaz de permear y desvalorizar al Sandinismo que reivindicó la lucha por la ética, con dignidad y justicia en contra de la dinastía.  

Aquella historia parece alejarse en la llanura, disolverse en las fiestas previas al 19 de julio y en lo que esconden las cervezas y el discurso oficial. “Le lavaría los pies como lo hicieron los apóstoles con Jesucristo” dijo el Alcalde de Masaya al culminar el repliegue. Eso quedó de aquella celebración, eso quedo retumbando en mi cabeza mientras Ortega, sudado, asentía la cabeza diciendo gracias por la adulación bastarda que parecía confundirse con las que le hacían a los Somoza y ¿Dónde quedaron los muertos? ¿Cómo se les paga a los que dieron su vida por no volver a esto? Para el régimen de Ortega los traidores no son los disidentes, sino los muertos, por haber muerto creyendo que en este pequeño terruño llamado Nicaragua, pueden nacer y florecer sujetos distintos, el nuevo hombre y la nueva mujer. 

Este 19 de julio no festejaré, puesto que solo se festeja cuando se triunfa. Ese día no festejaré porque 33 años después, no triunfamos. Más bien, ese jueves me levantaré temprano y buscaré como salir huyendo a recluirme, alejándome de aquellos que intentan borrar la gesta  con su celebración delirante. Yo ese día no quiero olvidar.

Paul Gómez

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